Ilustraciones buenísimas gracias al buen hacer de Ferrán Clavero.
Todo eso y mucho más en RESCEPTO
Para abrir boca (o espantar, vaya)
La plaza central de Luceburgo estaba tomada por el mercado, decenas de pequeños puestos, engalanados con telas de colores chillones, se arremolinaban bajo los patios porticados. Las voces de los mercaderes se mezclaban unas con otras dando lugar a una ensordecedora algarabía; mujeres, niños, soldados, magos y cortesanas acudían como moscas a la miel, ansiosos de sedas, licores espirituosos, dulces hechos de avellana, ojos de tritón, espadas, laúdes mágicos traídos del lejano norte... Todo eso y mucho más, pues de boca en boca llegaban hasta la plaza las mejores historias, los cuentos más aterradores y noticias procedentes de lejanos reinos.Nada más superar la gruesa muralla de piedra gris que rodeaba a la ciudad, lejos de los puestos de animales, llenos de cerdos, mulas, patos y gallinas, Kanzaro terminaba de descargar la última caja de fresas que quedaba en el carro. Contempló orgulloso su puesto, lleno a rebosar de fresas tan grandes como cebollas tiernas. Ahuyentó a las primeras moscas y se sentó a la sombra de la tela roja, brillante como un rubí, que cubría la fruta fresca. No tardó más de un suspiro en vender las primeras, eran tan agradables a la vista como al paladar; nadie podía resistirse a probar por lo menos una... y luego ya era demasiado tarde para no llevarse unas cuantas a casa. Por lo general no ponían reparos al elevado precio, tres de plata la cuarta, sobre todo cuando Kanzaro torcía el gesto y les clavaba en el rostro su ojo izquierdo, el azul, mientras el derecho, negro como la noche, seguía su propio camino. Era mano de santo para que el cliente pagara y desapareciera, una alegría más que agradecerle a la sangre de duende que corría por sus venas.
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