Allí en la playa, donde mueren los petroleros
embarrancados y sucios, altos como rascacielos
esperando pacientes su turno, uno a uno, muestran
cierta dignidad marina, un óxido exótico y respetable.
Y los desarraigados forman un camino errático
a través de la arena, pasando de mano en mano herramientas
con las que dar a los barcos aspecto de diente careado,
con las que arrancar su piel de acero, con las que reducir a nada
lo creado.
Uno a uno, plancha a plancha, ejercicio lento de desvanecimiento,
truco de magia patético, despedida sin palabras o recuerdos,
solitarios, perdidos, olvidados, convertidos en fantasmas gigantescos,
por siempre varados,
esperando la marea allí en la playa
donde, desde hace tiempo, mueren tristes los petroleros.
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