16.10.06

Reina de los gatos v.2.0

La reina de los gatos

Miau, dijo como todos los gatos. Lo hizo con cariño porque era una gata sencilla, pero en sus dos ojos felinos podía adivinar un amor, gatuno, por supuesto. Desde lo alto de un viejo muro fantasmagórico me observaba y yo, desde un suelo de lo más común, no podía apartar la mirada.
Reina de los gatos -pensé-, enséñame tus caminos secretos, esos caminos que te hacen desaparecer por la ciudad y robar a los niños sus sueños, senderos que no existen, rutas de lo inexplicable. Llévame aunque sólo sea un momento a través de las paredes, de las puertas tachonadas, de los puentes.
Hola, me dijo una voz que de mujer era al desaparecer la gata tras un salto imposible, ven conmigo. Sonreí. ¿Sería ella la gata, transmutada, transformada, reconfigurada por magia increíble, en mujer de carne y sangre? La dama tenía la mirada brillante, el caminar de ronroneo, los gestos de penumbra y misterio como reclamo. Decidí correr tras su sombra, esquivando faroles y otras luces amarillentas. Siguiéndola giré tres esquinas hacia la izquierda, crucé una avenida cubierta de árboles preñados por palomas, bordeé dos fuentes sin agua y bebí de la ciudad como nunca antes lo había hecho. De vez en cuando me decía ¡Mira!, ¿no es maravilloso?, y lo que antes parecía sucio y abandonado relucía con el encanto de la pura maravilla; otras veces se detenía y cantaba canciones sin letra aque parecía inventarse por el camino, encantando a mendigos, gatos y ladronzuelos. ¿A dónde me llevas?, le preguntaba y ella se reía iluminando callejones con su sonrisa.

Así que caminé con rumbo desconocido, incluso con viento en contra, siguiendo sus pasos de gatamujer, de sueño, de pesadilla suave, durante toda una noche de Sherezade. Persiguiendo el mito de la reina de los gatos, con ojos verdes, gata, gatuna gatomaquia, miau, ojalá dejara en mi espalda sus garras marcadas.

Pero al despuntar el alba, como en todos los sueños, me dormí de nuevo mientras caminaba tras ella en dulce procesión. Y al despertar o dormirme, al mentirme o creer, como sólo los niños hacen, alcancé a ver una gata, preciosa ella, que se alejaba hacia el sueño otra vez. Dejándome allí, con calor en el cuerpo, el secreto de cien calles secretas, una noche extraviada entre silencios y una marca de carmín en la mejilla pintada con recuerdos.

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