16.12.05

El crítico (Space Opereta)

EL CRÍTICO

Alfredo Álamo

Este cuento está dedicado a mi amigo Quique, excelente crítico y mejor persona.

Henry se hizo a un lado para que pasara una enorme mosca azul. A la mosca le gustaban los dry martinis con mucho azucar y que le llamaran Ernest.

Tres meses antes, cuando Henry todavía tenía un trabajo relativamente normal como crítico de jazz en el Almanaque Cultural de Spring Valley, alguien había dejado una invitación en la mesa de su despacho.

—Eh, Harry —le preguntó a su compañero de despacho—, ¿sabes quién me ha traído esto?

—No, lo siento —contestó Harry—, he estado fuera todo el fin de semana con las finales de béisbol.

Genial, pensó Henry, béisbol. Bueno, había cosas peores. El paddle, supuso. Si supiera lo que era el paddle, claro. Henry se sentó en la mesa y ojeó la invitación. Sopesó el sobre, papel del bueno, dedujo. Sin sello ni remite. Consideró la posibilidad de un anónimo con amenaza de muerte incluida. No iba a ser la primera, la gente no sabía lo peligrosos que podían llegar a ser algunos músicos de jazz. Sobre todo los pianistas, con esos dedos grandes y fuertes... Henry se estremeció.

—¿Vas a abrir ese sobre o qué? —le dijo Harry acercándose a su mesa—, parece que por fin has logrado que te inviten a algún sitio sin que tengas que llorarles, ¿eh?

—No se a lo que te refieres —contestó Henry mientras abría el sobre—, es normal que reciba invitaciones de acontecimientos oficiales.

—Si, claro —sonrió Harry—. Como el festival de polcas de Vikingland.

Touché, pensó Henry. Su trabajo en el almanaque era comentar jazz y otras músicas. Englobando otras músicas como todo aquello que nadie quería ir a comentar. Eso incluía el festival de polcas y las finales nacionales de acordeón. Henry volvió a estremecerse, inquieto por algún recuerdo acerca de zuecos y tulipanes.

—Esperemos que no sea para un concierto de gaitas o algo así —le dijo a Harry vaciando el contenido del sobre encima de la mesa —, ya tuve bastante con aquellas trompetas gigantes tibetanas.

Un pequeño disco negro, parecido a una de esas fichas de casino, cayó del interior del sobre encima de la mesa. Los dos compañeros se miraron.

—¿Qué se supone que es eso? —preguntó Henry.

—No sé —dijo pensativo Harry—, a mi me recuerda a la isla del tesoro. La mancha negra, se la daban a los piratas que iban a asesinar —añadió con tono fantasmal.

—Ja, ja, que gracioso —rió sin ganas Henry—, me pregunto qué significará.

—¿A ver? —dijo Harry alargando la mano para cogerla.

Unos acordes de contrabajo empezaron a sonar en el despacho cuando Harry tocó la ficha negra. Henry intentó identificar la melodía, pero no le sonaba. Eso le molestó más que no saber de dónde salía la música.

—Saludos, Henry Myczewyck —sonó una voz tras los dos periodistas— Que la luz de la verdad ilumine siempre tu camino.

Los dos hombres volvieron a mirarse. Luego, lentamente, se giraron para ver quién les había hablado.

—Es un placer conocer por fin al crítico musical del Almanaque Cultural de Spring Valley —bufó por su larga trompa amarilla de elefante una figura vagamente humanoide. Era bípedo, con brazos largos, y su rostro era una amalgama de elefante y fox terrier. Vestía una túnica dorada con un bonito cinturón marrón a juego.

—¿Qué demonios? —exclamó Harry.

Henry no dijo nada. Estaba estupefacto, alguien acababa de pronunciar bien su apellido. Treinta y cuatro años de burlas y correcciones para que un ser con trompa de elefante lo pronunciara como era debido. La diosa de la fonética debía tener un extraño sentido del humor.

—Mira, Henry —dijo Harry atravesando la figura con su mano—, no es de verdad.

—Permítame que discrepe, señor —dijo el extraño ser haciendo un gesto con su trompa—. Pese a que esto es una proyección holográfica, soy bastante real.

—¿Y quién es usted, si puede saberse? —logró articular finalmente Henry.

—Pueden llamarme Porter, si así lo desean —contestó el ser.

—Bien, Porter —continuó Henry mientras le hacía una seña a Harry para que dejara de atravesar la figura con las manos—, ¿y qué es lo que quiere?

—¿Lo que quiero? —pareció extrañarse Porter—. A usted, Sr. Myczewyck.

Henry no dijo nada. De entrada le gustaba escuchar su apellido pronunciado con tanta corrección, pero por otro lado aquel ser acababa de decir que le quería.

—No se asuste, Henry —dudó Porter— ¿Puedo llamarle Henry?. Le estoy ofreciendo una invitación para nuestro festival intergaláctico de jazz.

—Ahá —murmuró Henry intentando asimilar el jazz, lo intergaláctico y a aquel tipo de trompa amarilla.

—Será dentro de tres meses terrestres, cerca de lo que ustedes llaman el Cinturón de Orión— levantó la trompa Porter—, un espectáculo único, Henry, se lo aseguro.

¿Era su imaginación o aquel ser le había guiñado un ojo?

—Creo que eso queda un poco lejos de la zona que suelo cubrir —se excusó Henry.

—Venga, Henry —le animó Porter—, el año pasado fue usted a Nueva York para hacer por lo menos dos críticas.

—Tiene razón —dijo Harry con una sonrisa—, y Nueva York está bastante lejos de lo que sueles cubrir.

Henry lo fulminó con la mirada. Maldito cronista de paddle.

—¿Y usted cómo sabe lo de mis crónicas en Nueva York? —dijo Henry—. No, ¿cómo es que me conoce? —añadió firmemente.

—El Almanaque Cultural es una gran revista de divulgación —dijo Porter—, tiene muchos subscriptores. Se sorprendería usted de cuántos. Sus críticas sobre la actualidad musical tienen un gran eco en nuestra sociedad.

—¿Y a mí? —preguntó Harry— ¿me leen también a mí?

—Por supuesto, Sr.Goose —dijo Porter con una inclinación de trompa—. Sus crónicas de los partidos de baloncesto son muy apreciados en nuestro mundo. Esperamos con ansiedad sus comentarios sobre los play-off.

—¿Has oído, Henry? —dijo Harry—. Me leen. Allí arriba —añadió susurrando y señalando con el dedo índice hacia el techo.

—Bueno, Henry —continuó Porter—, ¿se anima usted a venir con nosotros?

—Creo que tengo que meditarlo —dijo Henry—, no es una decisión fácil.

—Lo comprendo —dijo Porter haciendo ondular su trompa—. Si toma una determinación no tiene más que coger la ficha y llamarme, me encargaré personalmente de su traslado.

—Gracias —dijo Henry tratando de imaginar aquel “traslado”.

—Una cosa más —dijo Porter—. No he podido evitar darme cuenta que ustedes dos no se han mostrado demasiado sorprendidos por mi extraña apariencia. ¿Es normal entre los humanos ésta tolerancia ante seres extraterrestres?

Henry se lo pensó un poco antes de contestar.

—La verdad es que dudo mucho que la mayoría de los humanos reaccionaran como nosotros —le aclaró—, pero tenga en cuenta que soy crítico musical. Se sorprendería de lo alienígenas que pueden llegar a ser algunos músicos. Ni se lo imagina.

—¿Y él? —señaló Porter a Harry con la trompa.

—Bueno, él es periodista deportivo. Ha perdido la capacidad de sorpresa.

—Entiendo —murmuró Porter mientras su imagen perdía claridad—. Tengo que irme ya, recuerde, Henry : llámeme, no lo lamentará.

—Lo pensaré, Porter, una cosa más —preguntó aceleradamente— ¿Qué canción es la que lleva sonando todo el rato?

Antes de desaparecer Porter pareció sonreír, si es que eso era posible con aquella cara.

—Tendrá que venir al festival para saberlo —dijo justo en el momento en que la música se detenía.

Los dos hombres se mantuvieron en silencio durante algunos segundos. Harry se encendió un cigarrillo y Henry se sentó pesadamente mirando la ficha negra en su escritorio.

—Menudo notición —dijo Harry.

—Menudo follón, querrás decir —dijo Henry mirándole preocupado—. Si se te ocurre contárselo a alguien acabarás de nuevo en aquella clínica para los nervios.

Harry asintió con la cabeza.

—Nos tomarían por locos, tienes razón. Parecía buen tipo, ese Porter. —añadió pensativo.

—Supongo...

—¿Vas a ir? —le preguntó Harry con una mirada cómplice.

—Hombre —contestó jugueteando con la ficha entre los dedos—, por lo menos parece más interesante que el festival de polcas de Vikingland.

****

La estación espacial donde se celebraba el festival intergaláctico de jazz era un hervidero de razas de todas las clases, según pudo observar Henry. Porter le guió a través de los amplios pasillos que atravesaban el lugar hasta su camarote en la cubierta dos. No era un mal sitio, estaba razonablemente cerca del auditorio donde se iba a desarrollar el festival y, para el alivio de Henry, también próximo a una zona de bares. Los bares eran una parte fundamental en la vida del crítico de jazz, allí era donde se refugiaba de los malos conciertos y donde celebraba los buenos. Donde se podía palpar el ambiente que había dejado la noche en el público y donde los músicos, a veces de madrugada, se reunían para tocar alguna improvisación hasta el amanecer. Después de ayudarle a acomodarse, Porter le llevó hasta la sala de prensa, donde se reunía el resto de los periodistas destacados allí. Henry estaba algo nervioso ante la idea de conocer a sus colegas extraterrestres.

—¿Preparado, Henry? —le dijo Porter antes de abrir la puerta.

—Eso espero—le contestó.

En la sala les estaban esperando. Treinta seres, a cada cual más extraño para Henry, llenaban la sala. Una enorme mosca azul voló hacia él, debía medir por lo menos cincuenta centímetros de diámetro y sus ojos eran como balones de baloncesto.

—Encantado de conocerle, Henry—zumbó la mosca agitando sus alas rápidamente a modo de saludo—. Mi nombre es Ernest, del Pookanevuha News.

—Encantado —dijo Henry haciendo un gesto con la mano a modo de saludo.

Uno a uno se fueron presentando los demás críticos, unos tenían manos, otros tentáculos, alguno parecía ser telépata, otros burbujearon en escafandras. Parecían buenos tipos, sobre todo cuando se abalanzaron sobre los canapés de forma furiosa. Periodistas, pensó Henry observando un canapé de color verde fosforescente antes de comérselo, una raza verdaderamente universal.

—Bueno, Henry —zumbó Ernest apartando la mirada de un bol lleno de melaza—, ¿qué le parece todo esto?

—La verdad es que todavía no me he hecho a la idea —contestó Henry—, ni siquiera se quién toca en el festival.

—¿No? —se sorprendió la mosca gigante—. Vaya, eso puede ser un contratiempo. Pásese por mi camarote ésta tarde y le informaré acerca de los músicos. Es el 113, cubierta D.

—Gracias —dijo aliviado Henry—, me será de gran ayuda.

La mosca se alejó volando sin demasiada gracia. Menos mal, pensó Henry, que alguien se preocupa por echarme una mano.

—Disculpe —burbujeó alguien a su lado—, he visto que hablaba usted con Ernest.

—Si —dijo Henry girándose hacia Ablu Bubeel, un ser marino que vestía una especie de escafandra de buzo—. Ha sido muy amable ofreciéndome información sobre el festival.

—No se fíe de él, Henry —le advirtió—. Sólo piensa en sí mismo, ese Ernest. Le utilizará y le pasará por encima como una apisonadora.

Como todos los colegas que había conocido en la Tierra, pensó Henry.

—Gracias, Ablu —le dijo dándole la mano— lo tendré en cuenta.

La sala se vació poco a poco a medida que el buffet se iba terminando. Porter se acercó a Henry con una copa en la mano.

—¿Desea que le muestre algo más? —le preguntó—. ¿Nuestros generadores de gravedad?, ¿nuestras naves de impulso sublumínico?

—No, gracias Porter —le dijo Henry—, he quedado con Ernest para que me ayude con lo del festival.

Las orejitas de terrier de Porter aletearon y su trompa se estiró un poco.

—Discúlpeme —dijo Porter—, no había caído en que no conoce usted a los músicos. Es un error imperdonable.

—No se preocupe —le tranquilizó Henry—, ya ha hecho usted bastante. Deje que a partir de ahora haga mi trabajo.

—Me alivia usted —bufó por su trompa—. Espero que Ernest le sirva de ayuda.

Henry abandonó la sala y siguió las indicaciones luminosas de los pasillos hasta la cubierta D y el camarote de Ernest. La música se oía desde fuera, algo de Ragtime, pensó Henry, aunque tenía algo diferente, la melodía estaba un poco acelerada. Llamó a la puerta.

—Está abierto —escuchó decir a Ernest.

Henry accionó el botón de apertura y entró en el camarote. La mayor parte estaba cubierta de pequeñas fichas negras como la que Porter le había invitado. Una imagen holográfica de cuatro moscas azules parecidas a Ernest, solo que con sombreritos de paja, estaban tocando la música que se oía ahora por toda la cubierta D. Henry calculó el número de discos que debía almacenar Ernest en su camarote y comprendió las advertencias que le habían hecho. Aquella mosca no sólo era un crítico musical... Era un coleccionista.

—Pase Henry, pase —le invitó la mosca—, le he preparado una selección de lo más interesante.

—Me muero de ganas por escucharla —sonrió falsamente Henry mientras entraba en el camarote.

—¿Cómo le gusta el azúcar? —le preguntó Ernest—, ¿refinado o industrial?

Aquella iba a ser una tarde muy larga, decidió Henry al escuchar cerrarse la puerta tras él.

****

Los tres días de festival pasaron rápidamente. Los conciertos, descubrió Henry, no se diferenciaban demasiado de los que podría haber visto en un buen certamen terrestre. Es cierto que los intérpretes llamaban la atención, y que sus virtuosismos técnicos se adaptaban a sus características físicas únicas, pero al final la música era música. Y eso no sale de las manos, sale de muy adentro, del alma. Claro que la triple guitarra a seis manos de Ferren Ferrich era difícil de igualar, como el coro a dos cabezas de las siamesas Scheepa cantando una peculiar versión de “Fever”. Pero no todo había sido agradable, por ejemplo la interpretación de “Blue Train”, por Hajajl Ress, le había resultado artificial y pretenciosa; el cuarteto de G.Aba Alaana no había acertado con el ritmo en todo el concierto. Un espectáculo deslumbrante, pero con eclipses planetarios, terminó su crónica para el almanaque. Claro que cambiando un poco los nombres y el lugar del festival.

Las noches tras los conciertos habían sido de otra forma, claro. El sonido de las jams en la noche espacial todavía resonaba en sus oídos. No había jazz más puro que el de la improvisación y la comunión de músicos de diferentes estilos. Y aquí el termino diferente alcanzaba un significado mucho más amplio que el que solía utilizar en la Tierra. Lástima de grabaciones, ¿sería buen negocio montar un estudio aquí?. Henry terminó de corregir su crónica y envió una copia a la oficina de prensa del festival. Porter le había asegurado que todo el mundo la leería con avidez en cuanto la publicaran en una pequeña memoria con la que se obsequiaba al público.

Ernest entró volando por la puerta con un pequeño maletín.

—Hola Henry —le saludó—, te he traído unas cuantas grabaciones para que te las lleves a tu planeta.

—Muchas gracias —dijo Henry. Aunque la primera tarde con Ernest había sido algo pesada, habían logrado llegar a una buena amistad. La mosca azul tenía un buen sentido musical y ojo para los nuevos talentos, a Henry le gustó la idea de llevarse unas cuantas canciones a casa.

Un par de copas y varios terrones de azúcar después, Porter entró apresuradamente en el camarote de Henry. Su trompa había pasado del amarillo limón a un tono más naranja, sus orejas se movían de un lado a otro. Parecía agitado.

—¿Qué has hecho? —resopló con un pequeño librito en la mano—. Por la sagrada luz de Ann-Korok, ¿qué has hecho?

Henry, extrañado, cogió el libro de manos de Porter. Era la memoria del festival, sí que trabajaban rápido, pensó.

—¿Han publicado mi crítica? —le preguntó a Porter.

—Sí, maldito loco —volvió a resoplar la trompa—, ¿sabes lo que has conseguido?

—No se a que te refieres —dijo Henry arrugando el entrecejo.

—He leído tu opinión sobre Deaaan Jyckk, el batería de los Frrrii’aaah, “No solo no sabe golpear correctamente ninguno de los tambores de la batería con sus seis brazos, la mayor parte del tiempo ni siquiera lograba acertar el ritmo del resto de la banda”

—Es cierto —protestó Henry—, era bastante malo.

—Pero los Frrrii’aaah son originarios de Tau Ceti, un sistema con la tercera flota militar de este cuadrante. —exclamó Porter— ¿Sabes qué va a pasar cuándo lean esto?, se nos echarán encima.

—¿Quieres decir que son así de susceptibles? —dijo incrédulo Henry.

—Claro que sí, ¿por qué crees que montamos todo este festival? —dijo Porter levantando sus largos brazos de manera airada—. A la gente le importa, es una forma de diplomacia. Ni te imaginas los acuerdos que se firman entre concierto y concierto.

—No tenía ni idea —suspiró Henry—, Porter, ¿los Majaaank pertenecen a algún planeta militar o algo así?

—Los Majaank vienen de Inferno V, un sistema de lo más salvaje. ¿Qué has dicho de ellos? —dijo Porter quitándole de las manos la revista a Henry.

Su trompa pasó gradualmente de naranja a amarillo y de amarillo a blanco a medida que leía la crítica..

—Nos matarán a todos —balbuceó—. Los has puesto del revés. ¿En qué estaría yo pensando al traerte aquí?

—Oye —dijo Henry—, habérmelo dicho. Les habría descrito como el mejor grupo de la galaxia y alrededores.

—¿Pero Ernest no te había dicho nada? —Henry negó con la cabeza—. Maldito insecto panzudo —exclamó levantando su trompa—, me dijo que te había aclarado el aspecto político del festival. ¿Dónde está?

—Estaba aquí hace un momento —dijo Henry—. Se debe haber largado.

—Ahora lo entiendo todo —relinchó la trompa de Porter—. Debe haberse aliado con los de la Reunión Anual de Jazz de Satoria... Traidor asqueroso.

—¿Reunión Anual de Jazz? —dijo Henry

—Si, nuestro más temible rival. Deben haber pagado mucho para vernos reducidos a cenizas.

—Creo que estás exagerando, supongo que no llegarán a ese extremo, ¿verdad?

—¿Ves mi trompa contenta? —le preguntó Porter.

—No —respondió.

—Pues será mejor que nos larguemos lo antes posible.

—Venga, hombre... —empezó a decir Henry.

Una sonora explosión hizo que se tambalearan en el camarote. Las fichas que había dejado Ernest cayeron al suelo activándose, decenas de músicos fantasmales aparecieron en el aire tocando sus instrumentos.

—¡Maldita sea! —dijo Porter—. Le dije al consejo que no dejara atracar cruceros de combate. Pero claro —renegó—, como mi trompa no es lo suficientemente larga.

Otro impacto cortó el resto de sus quejas. Ésta vez los dos cayeron al suelo atravesando a los músicos intangibles que seguían tocando imperturbables.

—Debemos alcanzar las unidades de transporte —chilló Porter—, corre Henry, corre.

No hizo falta que se lo repitiera, Henry atravesó la puerta a toda velocidad y se perdió por el pasillo en dirección a las cubiertas inferiores. Las alarmas de la estación sonaban a todo volumen y las luces de emergencia teñían las paredes de rojo y amarillo. Los cruceros de combate seguían descargando toda su potencia de fuego sobre la estación. El pánico se apoderó de tripulantes y civiles. Un último disparo alcanzó el núcleo de gravedad. El destello fue breve, sin sonido.

*****

—Ya —dijo la mujer de vestido rojo y escote vertiginoso—, y tú quieres que me crea todo eso.

Henry le dio una calada al cigarrillo y le hizo una señal al camarero del Big Blues Bar.

—Otra copa para mí —le dijo—. La señora puede pedir lo que quiera.

—Ni borracha —le advirtió la mujer—, lograrás hacerme creer esa historia tan absurda.

La Faith & Devotion Band terminó una canción más. Henry se distrajo un momento para aplaudir.

—¿Decías? —se disculpó un momento mas tarde con la mujer.

—Que, si todo lo que me has dicho fuera cierto —le dijo ella lentamente—, ¿cómo demonios es que estás aquí, vivito y coleando?

—Te gustaría saberlo, ¿verdad? —sonrió Henry levantándose del taburete— Habitación trescientos cuatro

—¿Qué? —se sorprendió la mujer.

—Te regalo mi copa —le dijo antes de despedirse con un beso al aire—. Trescientos cuatro —gesticuló Henry en silencio.

La mujer miró el vaso de bourbon encima de la mesa. Ya le habían avisado que Nueva Orleáns en verano se llenaba de chalados, pero esto superaba sus expectativas. Aún así, dudó. Ese había resultado ser un chalado muy simpático.

Un hombre con gabardina calada hasta arriba y sombrero ancho se le acercó.

—No se crea nada de lo que diga ese hombre, señorita —le advirtió—. Está loco, loco de remate.

—Pero... —dijo la mujer sorprendida antes de callarse súbitamente.

El hombre se alejó, perdiéndose entre la multitud del bar. Hubiera sido fácil intentar seguirle, pero la mujer decidió pegarle un buen trago al bourbon de Henry. Luego subió las escaleras que llevaban a las habitaciones hasta llegar a la puerta trescientos cuatro.

Había decidido creer aquella historia tan extraña después de todo, quizás porque debajo de aquella gabardina con sombrero creía haber visto, por un momento, el inquietante movimiento de una larga y flexible trompa amarilla.

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