29.7.05
Todos están locos menos tú y yo. Y tú eres un poco raro.
La frase en cuestión viene porque me estoy releyendo "Todos sobre Zanzíbar" de John Brunner. Y la verdad es que había olvidado lo rematadamente buena que es la novela. Tanto por estructura como por argumento. La manera de narrar de Brunner sería arriesgada hoy en dia ya que la mayor parte de escritores se resisten a abandonar unas estructuras lineales y anticuadas, tratando de ser lo más complaciente posible con el lector. Brunner insulta, escupe, marea y confunde al lector. Y aún así no puedo dejar de leerlo. Maldito sea.
En resumen: Por ahora me lo estoy pasando pipa y de paso me ayuda a replantearme la manera de escribir ciencia ficción. Casi nada.
28.7.05
El Kippel, los Blogs y la Frikiesfera
25.7.05
La felicidad del monstruo
Boris Karloff caminando patizambo hacia un molino abandonado, Bela Lugosi ejerciendo de anfitrión en los lejanos cárpatos, Claude Reins mostrando su invisibilidad entre un montón de vendas. La luz del proyector parecía más brillante de lo habitual mientras en la pantalla del Capitol se desgranaban los clásicos de la Universal. La sala estaba casi vacía, sólo una persona estaba sentada en el patio de butacas; Ángela contemplaba fascinada el plan maléfico de Imhotep, el malvado sacerdote, tratando de recuperar a su antiguo amor.
Era verano, uno de esos veranos largos, aburridos y perezosos que solo ocurren cuando somos niños, y Ángela vagabundeaba solitaria por las calles del centro. El Capitol era un cine viejo, dentro de un edificio más viejo aún, construido a base de pequeños ladrillos rojizos que reflejaban la luz del sol. A Ángela le gustaba el sitio, aunque últimamente ya casi nadie acudía a sus sesiones y corrían rumores sobre su cierre.
Ángela creía que cuando cerraban un cine antiguo era como si muriera un sueño, un sueño agradable y conocido. Como si se fuera un viejo amigo. Así que solía frecuentar los alrededores del cine en sus paseos a ninguna parte, grabando bien en su memoria los carteles de películas antiguas que decoraban la entrada. Un día se quedó mirando uno, en el que un robot de aspecto extraño ocupaba casi todo el cartel.
—¿Qué película será esta? —se preguntó. El cartel era viejo y el sol se había comido la mayor parte del título.
—Planeta prohibido —dijo una voz a su espalda. Ángela se giró sonriente: era Toni, el proyeccionista. Sabía más de películas que nadie en el mundo, seguramente porque las había visto todas y cada una de ellas al proyectarlas—. Leslie Nielsen se enfrenta al Mal con mayúsculas en un lejano planeta.
—Ojalá la hubiera visto, ojalá las hubiera visto todas —dijo Ángela señalando los demás carteles.
—Todavía las hacen de vez en cuando por la televisión —sonrió Toni, abriendo la puerta de taquillas.
—Ya, pero no es lo mismo. En casa no huele igual que aquí.
Toni sonrió. Era la primera vez que alguien hablaba con cariño del olor a humedad y a moqueta vieja que hacía en el cine.
—Es cierto, no es lo mismo. Y dentro de poco ya no habrá remedio.
—Vais a cerrar, ¿verdad?
—Creo que sí. Yo ya tendría que estar jubilado y los dueños del cine tienen ofertas para transformarlo en un hotel. Creo que no pasará de éste año.
El rostro de Ángela se ensombreció.
—Venga, no te preocupes. No es el fin del mundo, hay más cines.
—Ya, pero casi todos son frios y feos. Éste cine es de los que tienen alma, no como los de los centros comerciales.
—Cines con alma... —sonrió Toni. Desde luego, a los chicos de hoy se les ocurría cada cosa…
—Oye Ángela. ¿Quieres ver una de esas películas?
—¡Claro!
La primera película que vio aquel verano, sola en medio de la sala, fue "La novia de Frankenstein". Karloff, de nuevo, eternamente, el monstruo, buscaba su felicidad; como cualquier mortal. Era la sonrisa del monstruo lo que más le gustaba a Ángela, ver sonreir a ese ser desgraciado y condenado a la soledad. Esos últimos pasos cuando le prometen a su novia, esa esperanza contenida.
—¡Quiero más! —le gritó a Toni, nada más terminar la película.
—Mañana —contestó desde su garita—, tengo que traer algunas latas del almacén.
Y así el Capitol volvió a ser lo que en realidad siempre había sido, una pequeña y confortable máquina de sueños. Cada mañana aquel verano volvió a brillar, bajo la luz del proyector, la magia de la fantasía. Y así Drácula viajó a Londres, el doctor Jeckill luchó con Mr.Hyde bajo la cara imposible de Lon Chaney; unas hormigas gigantes pusieron a la humanidad en peligro mientras un hombre de treinta pies de altura moría electrocutado. Todo proyectado sobre la vieja lona blanca y sobre la joven sonrisa de Ángela, que disfrutaba con cada pequeño fotograma.
Un dia Toni bajó al patio de butacas con Ángela. Llevaba una lata de película, abollada y algo descolorida.
—Toma, Ángela. Un regalo.
—¿Para mí? ¿Qué es?
—Una copia de "Planeta Prohibido". La saqué ésta mañana del almacén.
—Pero no la puedo ver en casa…
—Quédatela. Seguro que algún dia puedes ponerla en otro cine.
La niña agarró la lata con dificultad.
—Hoy ya no podemos ver la película. Vienen a tasar el edificio.
Alguien dio las luces, arrancando la penumbra. Un cine iluminado parece un truco de mago desvelado. Sabes que existe, pero en realidad no quieres verlo tal y como es.
—Vamos, niña. Se acabó el verano.
Ángela siguió a Toni hasta la salida, llevándose con ella, como si estuvieran cosidos a su piel, los pequeños momentos de cada una de las películas que habían proyectado aquel verano. Antes de salir volvió la mirada hacia la pantalla, flanqueada por cortinas de terciopelo, donde la luz y las sombras habían creado otro mundo mucho mejor que el suyo. Fuera hacía sol. Y el mundo, sin previo aviso, volvió a verse en los tristes colores pálidos de la realidad.
22.7.05
Y de regalo un poema
agita su alma mañana y tarde,
su voz de araña te llama sin nombres
con olas tan negras que matan estrellas,
poemas sucios de sirenas desdentadas,
con el silencio grande que tanto amas.
Su beso largo y tierno te convertirá en pirata,
corsario descarnado,
legendario fantasma.
Una primera página
Una primera página, directa, tal y como sale al escribir de un tirón. Sin correcciones, sin revisiones. El embrión de un cuento nuevo.
Encendió el cigarrillo, un galoisse, y le dio un par de caladas profundas. No conocía nada que le supiera mejor después de un buen polvo. Y éste había sido bueno.
Todavía le temblaban los muslos, el chico se había comportado como todo un hombretón. Tipos así le hacían replantearse la opinión generalizada que mantenía sobre el género masculino. Observó cómo dormía plácidamente, deteniéndose, no sin un suave sentimiento de lascivia, sobre sus hombros y su rostro aniñado. Volvió a darle una calada al cigarrillo antes de levantarse, procurando no hacer demasiado ruido, y caminar desnuda hasta la ventana, cubierta cuanto a penas por unas finas cortinas de gasa blanca que dejaban pasar a la brisa de madrugada.
París, suspiró, exhalando una buena cantidad de humo, quién le habría dicho que acabaría allí. Después de todo no era tan extraño, sobre todo tras la destrucción de Londres. Se resistía a abandonar Europa, estaba demasiado acostumbrada a cierta manera de ser, un ambiente que no había encontrado fuera del viejo continente.
Y París era, bueno, París. Vertiginoso, extraño y adorable París.
El traqueteo de un flamante Rolls rompió la tranquilidad de la noche, el automóvil traqueteaba con los viejos adoquines que empedraban todo el barrio. Un nuevo rico, pensó, jugueteando con el cigarrillo, que viene a visitar a una amiga. Esbozó media sonrisa y se deshizo del cigarrillo medio consumido que trazó una limpia caída hasta llegar a la calle.
Cuando volvió a mirar dentro de la habitación no se lo podía creer. El chico, ese chico que acababa de estar dentro de ella, dulce y estremecido, estaba arrodillado sobre la cama con las manos entrelazadas.
Rezando.
Trató de recordar su nombre. Françoise, Louise. Maldita sea. Le gritó que parara, que se detuviese. Pero el chico se agarró con fuerza a un pequeño rosario de cuentas negras mientras el sudor le hacía brillar como si estuviera cubierto de aceite.
—Eres una puta —masculló al terminar su oración, escupiendo las palabras una a una—. Y vas a morir aquí.
Ella le cruzó la cara de un fuerte puñetazo, lanzándolo fuera de la cama. El rosario cayó de sus manos al mismo tiempo que una patada bien dirigida le partía la nariz.
—Si alguien va a morir aquí —dijo ella, agarrándole del pelo hasta hacerle gritar de dolor—, es evidente que vas a ser tú.
Estrelló la cara del chico contra el suelo con todas sus fuerzas. Confió en que hubiera bastado para dejarlo inconsciente, si la oración había dado resultado no quería problemas adicionales.
La habitación volvía a estar en silencio, el olor a tabaco comenzó a disiparse, siendo reemplazado por un aroma suave a jazmín. La brisa hizo ondear las cortinas con fuerza.
Mierda, pensó, antes de que el fuego convirtiera el cuarto en un pequeño infierno.
15.7.05
....Y llegaron los Treinta
Colman todas mis expectativas. Soy un tipo fácil.
14.7.05
La Generación de la Quimera
Tras asistir a la Asturcón 2005, más concretamente al termino de las dos mesas redondas sobre la ciencia ficción en castellano, no podía menos que tratar de analizar algunas de las ideas que, tan distendidamente, nos lanzaron los invitados. Es de lógica hacer caso a sus palabras, cuando los grandes del género en la actualidad hablan del mercado, de los libros, de sus tendencias, los que con timidez nos asomamos al mundo de la literatura debemos callar, tomar notas y aprender.
Son la Generación de la Quimera, tanto por su apertura de lo fantástico y sus barreras, como por alcanzar lo que hace quince años era considerado un absoluto imposible: consolidarse en el mercado y lograr que las editoriales, tanto grandes como pequeñas, presten atención y cuidado al escritor cercano, nacional, si se quiere llamar así.
Ahora ya hablan de fidelizar al lector y llevarle con ellos a través de nuevos mundos e ideas, dejando atrás la idea de lector de género. ¿Cómo? Acostumbrándolos a su visión de las cosas, de lo real y lo irreal, para que con el mismo agrado que ellos escriben, sus lectores comprendan que da igual si se habla de naves espaciales, cargas de caballería o asesinatos en el callejón. Lo importante es la voz que narra, que guía y que enseña.
La pregunta que debe aparecer entonces es simple. ¿Y ahora qué? ¿Dónde encajan los nuevos autores? El camino de la quimera parece sólo para alquimistas experimentados. Puede que, al empezar, tengamos que aprender que el verdadero ejercicio es el de la voz, el pulso de la escritura. Dejar a un lado las convenciones y reglas, aprender a utilizar la visión personal para poder compartirla y no caer en la idea fácil de que el marco es superior al mensaje.
Ahora sólo nos falta descubrir cuál será el sueño que se oculta detrás de la quimera, un secreto que únicamente el tiempo nos podrá desvelar.