25.5.06

Feliz dia del Freak Reprimido

Iba a hacer un comentario, pero ya lo han hecho en Casino y Furcias.

22.5.06

Finland, Finland, Finland, the country where I want to be

Via Pjorge:

Monty Python: Finland (mp3)

Finland, Finland, Finland,
The country where I want to be,
Pony trekking or camping,
Or just watching TV.
Finland, Finland, Finland.
It's the country for me.

You're so near to Russia,
So far from Japan,
Quite a long way from Cairo,
Lots of miles from Vietnam.

Finland, Finland, Finland,
The country where I want to be,
Eating breakfast or dinner,
Or snack lunch in the hall.
Finland, Finland, Finland.
Finland has it all.


You're so sadly neglected
And often ignored,
A poor second to Belgium,
When going abroad.

Finland, Finland, Finland,
The country where I quite want to be,
Your mountains so lofty,
Your treetops so tall.
Finland, Finland, Finland.
Finland has it all.

Finland, Finland, Finland,
The country where I quite want to be,
Your mountains so lofty,
Your treetops so tall.
Finland, Finland, Finland.
Finland has it all.

Finland has it all.

19.5.06

Afectados por Discusiones Fandomitas

Acaba de llegarme un documento de interés público. Un grupo de aficionados al género fantástico se ha leído de una tacada todos los mensajes y posts sobre los premios Xatafi.Cyberdark. El efecto ha sido devastador.
Ahora, treinta minutos más tarde, que en el fandom equivale a quince años, Von Trier ha concluído su primer vídeo musical dogma basado en las secuelas que sufrieron dichos aficionados:
"I wana love you tender" (aviso: mentes cerradas y poco dadas al humor, mejor golpéense con un palo en la cabeza antes que ver el vídeo, que luego las neuronas se pierden y parece que escasean)


18.5.06

Otro de esos principios...

Sí, lo reconozco. Es una especie de maldición revisar los textos inconclusos. Pero no puedo evitarlo.
La siguiente historia nació en el lugar más incómodo del mundo (sí, la parte trasera de un volkswagen) a la vuelta de la hispacón de Barcelona. Sufrió muchas transformaciones antes de morir en forma de primer capítulo.

Recuerdos bajo el suelo de Londres

El polvo.
Entre las innumerables y odiosas materias que poblaban aquel sótano maloliente y sucio, él odiaba aquel polvo.
Era un polvo gris que se acumulaba en montones situados por todas partes; encima de la mesa, sobre los libros de consulta, rellenando el escaso hueco de las cajas de muestras. Con el tiempo incluso se le metió en los bolsillos, en los pañuelos e incluso dentro de los calcetines. Pero la flema y dignidad de un empleado del British Museum le impedía siquiera un leve carraspeo. Como mucho se permitía un ligero arqueo de la ceja derecha, en gesto desaprobador, al soplar la cubierta del libro de registros; luego no tenía más que comprobar cómo una fina niebla grisácea ocupaba la habitación.
Ni siquiera le dejaban maldecir, allí, en la soledad del tercer sótano. Malditas costumbres inglesas. Maldito polvo.
La luz incandescente de la lámpara de mesa hacía las veces de estufa. Lamentablemente, para conseguir la temperatura correcta tenía que acercarse demasiado a la fuente de luz, corriendo el riesgo de quedarse medio ciego. Sean creía que si la mantenía encendida demasiado rato lograría quemar el polvo que la cubría. Temeroso de producir una reacción en cadena y morir incinerado junto con el resto de toneladas de polvo, solía cambiar la lámpara de sitio o la apagaba un rato. Era entonces, en la oscuridad, cuando pensaba en las circunstancias que le habían llevado a tan triste situación.
Estaba encerrado en el tercer sótano del British Museum, entre, exactamente, quinientas doce cajas y mil doscientos veinte libros que nadie, hasta su llegada, había tenido a bien clasificar desde la época de la Reina Isabel. Su sueldo apenas le llegaba para pagar el alquiler de una habitación en la fonda de la señora Spoon y tomar un par de pintas de cerveza. Allí estaba él, un hijo de Irlanda, a metros y metros de profundidad bajo el suelo de Londres.
Harto ya de oscuridad, encendió un candil plateado y empezó a recorrer el inmenso sótano antes de congelarse por completo. Entre las sombras cambiantes, las cajas y alguna rata extraviada en busca de comida, creyó verse de nuevo en Dublín; el despacho del decano en el Trinity College siempre le había parecido igual de tenebroso.
—Sean O´Shamus —tronó de nuevo en sus oídos la voz del decano—. Creo que no ha considerado usted la gravedad de los cargos que está asumiendo.
—Señor —recordó contestar—, en absoluto. Le aseguro, sin embargo, que lejos estaba de mi intención molestar a tan distinguidos caballeros.
En el despacho, iluminado con velas finas aromatizadas con jazmín, solían tener lugar pocas reuniones. Junto al decano estaba sentado Lord Shelby, uno de los más influyentes patrocinadores de la universidad, de la ciudad y, según algunos rumores, el contrabando. Sean miró a Fred, su compañero de cuarto, en busca de alguna explicación para lo que les estaba pasando.
—Entonces, reconoce que fue usted quien, de forma alevosa, penetró en la hacienda de Lord Shelby la pasada noche?
Fred tenía por costumbre el asalto de granjas, la cata desautorizada de vinos selectos y el escribir notas satíricas que luego abandonaba en el lugar de sus fechorías. Su expediente estaba lleno de faltas y todos en aquella sala sabían que si resultaba culpable de aquella fechoría en casa de Lord Shelby, acabaría de vuelta con su padre, el carbonero. Sin embargo, Sean poseía un historial inmaculado; parecía poco probable que un robo de gallinas, como se comentaba por los pasillos, afectara demasiado a su graduación.
—Y supongo, entonces que se reconocerá autor de los siguientes versos “Gallinitas, dulces, pitas —comenzó a recitar el decano—, con vosotras el hambre mía, sacío y renuevo a la vez, que os quito y doy la vida”
No había duda que era la firma de Fred. Sean respiró hondo y trató de inventar una historia adecuada.
—Así es, decano —dijo, con su mejor tono de arrepentimiento—. Ayer, y reconozco que no es comportamiento de un estudiante del Trinity, acabé en uno de esos locales pecaminosos donde la cerveza es barata y la reparten como si fuera agua. Abrumado por algunos vapores y licores espirituosos, decidí caminar junto al camino real; al poco rato estaba cerca de la propiedad de Lord Shelby.
Sean hizo una pausa para comprobar el estado de sus oyentes. Por el momento parecía que todo iba bien, el decano parecía atento y Fred no le hacía ningún gesto desaprobador. Lord Shelby mantenía un rictus fiero, de bulldog para ser exactos, desde el principio de la narración.
—Entonces —continuó el joven—, y no puedo decir que tenga excusa, decidí divertirme con las gallinitas de Lord Shelby, no sabía entonces que las tuvieran en tanta estima. Es más, si tanto problema he causado, estoy dispuesto a pagar por ellas, digamos, ¿cinco chelines cada una? —terminó, intentando poner la mejor de sus sonrisas.
—¿Cinco chelines? —gritó Lord Shelby, levantándose con la cara roja y llena de ira.
—¿Diez, tal vez? No creo que valieran mucho más... —Sean interrumpió su discurso al ver la cara de horror de su amigo Fred., que, mediante señas, le intentaba decir que parase de hablar.
A partir de ahí los recuerdos de Sean se volvían confusos. Lord Shelby descargó su pesado bastón de caoba en sus costillas, derribándolo. Más tarde le contaron que a duras penas lograron separar las manos del Lord de su cuello, mientras éste le insultaba con palabras decididamente impropias de un caballero de su posición.
—Te debo la vida —le dijo Fred, al día siguiente—. Si se llega a saber que era yo quien me veía con las hijas gemelas de Lord Shelby, ya me veía con mi padre repartiendo carbón por el Temple. Por no decir de la paliza. Creo que nunca podré agradecértelo.
—No pasa nada —contestó Sean, sintiendo cómo se le caía el mundo encima.
—Sólo una pregunta. ¿Cómo se te ocurrió ofrecerle cinco chelines por cada una? ¿Tan poco aprecio le tienes a la vida?
Los acontecimientos se sucedieron a gran velocidad a partir de entonces. A los pocos días ya viajaba rumbo a Londres, con una letra de puño y letra de su padre para el director del British Museum. Como bibliotecario del campus poseía ciertos contactos de relevancia. Contactos que le daban la oportunidad de terminar los estudios lejos de Dublín y de las represalias de Lord Shelby. Recordaba lo ingenuos que habían sido al pensar que las influencias del Lord no llegarían tan lejos...
La llama del candil bailó hasta casi apagarse para volver a levantarse con más fuerza, iluminando cientos de estanterías que parecían no acabar nunca. Aburrido y cansado, Sean volvió a su escritorio empuñando un códice al azar, uno de tantos, para proceder a clasificarlo, datarlo, registrarlo y resumirlo. Encendió la lámpara y acercó las manos con la esperanza de que cogieran algo de calor. Examinó la portada realizada en cuero en la que un compás se enlazaba con una escuadra. Otro texto masónico, suspiró, al paso que iba se iba a convertir en todo un experto.
Levantó la pluma y anotó los primeros datos, longitud, número de páginas, el texto de la primera hoja; eso era lo más fácil. Dispuso el libro en un atril y comenzó a leer, esperando que tarde o temprano llegara la hora de salir para poder respirar el insano aire del centro de Londres.

16.5.06

El alquimista chino


Cuento publicado originalmente en Qliphoth

El alquimista chino

Yama, el rey del infierno, ajustó su balanza frente a las puertas del cielo. Era tan precisa que podía, sin género de dudas, descubrir los pecados más minúsculos. Y, como todo habitante de la Gran China sabía, si tus virtudes no superaban a los huesos de tus errores, acabarías en el infierno de Yama. Torturas y sufrimiento por toda la eternidad.

El gran demonio sonrió acomodándose en su trono de calaveras y se atusó los largos bigotes que casi le llegaban al suelo. Hizo un gesto con una de sus manos carmesíes y las almas avanzaron en fila hacia el fiel de la balanza. Los espíritus eran grises, apagados; rostros anodinos con vidas aburridas. Uno tras otro se sentaban en la balanza mientras los demonios menores, servidores de Yama, arrojaban costillares y cráneos hasta completar el número de pecados. Algunos, los menos, acababan en las tierras del Emperador de Jade, disfrutando de mujeres jóvenes y vino dulce; otros, los más, descenderían al submundo de llamas y oscuridad para incrementar el poder de su Rey.

— ¡Mi Señor! —murmuró un pequeño demonio, acercándose a Yama.

— ¿Si? —preguntó el rey infernal, dejando de prestar atención a su balanza.

—Tenemos un problema en la cola, su alteza —dijo el demonio, inclinando la cabeza.

¿Problemas en la cola? En miles de años el orden no se había alterado en la corte de Yama. Alzó una ceja y se atusó el bigote.

—Se trata de un hombre —continuó el demonio, visiblemente preocupado—, Gen Ho. Dice que no tendría que estar aquí.

— ¿Se ha atrevido a hablaros? —exclamó asombrado.

—No solo eso, mi amo —reculó el demonio—. No guarda su turno y exige hablar con vos, aunque hemos tratado de intimidarle. Pero ni los más fieros de vuestros siervos han logrado inmutarle —confesó con pesadumbre.

Otro demonio, ataviado con librea real, se acercó al trono portando innumerables rollos de papel. Desde que Confucio había instaurado la burocracia imperial, Yama había recibido buenas remesas de escribas, contables, oficiales y recaudadores de impuestos. Todos ideales para una buena organización en el infierno.

—Gen Ho —dijo el nuevo demonio, rebuscando entre los pergaminos—. Erudito, alquimista y hombre del Emperador. Su vida ha sido larga y tortuosa, hay una amplia relación de vidas cruzadas con él.

— ¿Confucionista?

—Taoísta, mi señor.

Yama resopló unas llamas verdes. Los taoístas estaban empezando a dar algunos problemas. Les costaba aceptar la realidad del Emperador de Jade, con su sistema de pecados y virtudes.

— ¡Yama! —sonó una voz acostumbrada a dar órdenes.

Los demonios alrededor del rey infernal dieron un respingo y se alejaron cautelosamente. Éste levantó su mirada, oscura como la noche más tenebrosa, para descubrir al hombre que se había atrevido a emplear ese tono con él. Uno tras otro, los espíritus que esperaban en su cola fueron dejando paso a Gen Ho. Iba vestido con ropajes largos de colores vivos, su rostro, algo envejecido, mostraba una expresión de resolución y enfado.

—Yama —volvió a decir— ¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? Todos estos rituales vuestros no me interesan en absoluto. Devolvedme a mi laboratorio, pues aún tengo que terminar varios experimentos para el emperador.

—El único emperador que ahora debería preocuparos —dijo Yama con una voz que hubiera cortado la leche—, es el Emperador de Jade y su infinita sabiduría. Si tanta prisa os corre por conocer vuestro destino, no tenéis más que sentaros en mi balanza.

—No temo a vuestra balanza —dijo Gen Ho con desprecio, sin dejarse intimidar—. Yo creo en el Tao, y el Tao es uno.

Los demonios dejaron de tirar huesos a la balanza, los espíritus se detuvieron en su avance. Yama se levantó de su trono y avanzó, envuelto en llamas azuladas, hacia el alquimista.

—Tu destino ya está fijado, alquimista. ¿Te crees tan especial como para no aceptar las leyes de la creación?

Go Hen reculó unos pasos y sacó un pequeño vial plateado de entre sus amplios ropajes.

—No me asustas, demonio —dijo blandiendo el objeto—. Terminé la gran obra, el elixir de los alquimistas.

Yama lanzó una carcajada atronadora, los demonios menores se miraron entre sí con expresión jocosa, aunque nerviosa. Un cráneo cayó de los platillos de la balanza.

—Cientos como tú han llegado ante mí con esas palabras —sonrió el demonio—. Más de treinta emperadores abandonaron el reino medio por el infierno al probar las mentiras de tus antecesores. ¿Crees que eres diferente a ellos?

—Visité los templos de la Mujer Verdadera —dijo orgulloso el alquimista—, subí a los montes sagrados en busca de los siete libros de oro. Recogí las palabras que olvidó tu emperador de jade cuando el mundo todavía era joven. Gasté media vida aprendiendo los nombres de todos los minerales, metales y hierbas. Y todo ese tiempo con un objetivo en la mente: la inmortalidad.

—Ya te he dicho que no eres el primero —apuntó Yama, cambiando un poco la expresión de su rostro— ¿Realmente buscas la inmortalidad? Eres un simple mortal que no puede comprender lo que eso significa.

—Intentas confundirme, demonio —negó el alquimista, esgrimiendo su vial como un escudo—. Pero yo no soy como los demás que has conocido.

—Demuéstralo —rugió Yama.

Gon He alzó el vial y lo destapó, una luz plateada surgió de su interior cegando a espíritus y demonios menores. Yama frunció el ceño y esgrimió una sonrisa escalofriante. Los dos cruzaron sus miradas antes de que el alquimista apurara el vial.

Un remolino de luces envolvió el lugar, llevándose a espíritus y sirvientes. Gon He sintió un calor increíble que le consumía por dentro, crecía en su interior y se extendía por sus brazos, piernas y cabeza. Por un momento creyó que iba a estallar. Luego sus huesos se rompieron, uno detrás de otro, para volver a formarse con otro aspecto. Arrodillado en el suelo, convulsionado, se atrevió a mirar a Yama, que sonreía. El rostro de demonio había dejado de ser rojo y sus ojos, antes negros, ahora se formaban con tonalidad almendrada. Los bigotes disminuyeron su tamaño, las largas garras adoptaron forma de manos humanas; Yama se transformaba en humano. ¿Y Gen Ho?

El alquimista se levantó del suelo. Ahora era consciente de muchas cosas, de los espíritus a su alrededor, del mundo inferior, de sus propios pecados…

— ¿Qué me has hecho? —dijo con una voz que no era la suya.

— ¿Yo? —contestó Yama, transfigurado en hombre— Nada. Todo lo hiciste solo. Y he de decir que te estoy agradecido.

— ¿Agradecido? —se airó Gon He, provocando llamaradas a su alrededor—. ¡Me has convertido en ti! —gritó mirando con estupor sus garras carmesíes.

—La inmortalidad —sonrió de nuevo Yama—, es un regalo peligroso. Has desafiado a los dioses demasiado pronto, Gon He. El tiempo de los hombres todavía no ha llegado, todas tus teorías, experimentos, fuegos en la noche… Todo se transformó en orgullo y arrogancia.

— ¡No es posible! —aulló el otrora alquimista, ahora rey demonio.

El antiguo Yama enfundó las manos en sus mangas grises, se apartó la coleta del pecho con un movimiento suave y emprendió camino a las puertas del paraíso. Se lo había ganado después de tantos siglos de servidumbre.

— ¿Hasta cuándo seguiré aquí? —gritó el nuevo Yama, ahora junto a la balanza.

Las puertas plateadas se abrieron frente al antiguo rey del infierno, la música lo llamaba.

—Hasta que el mundo vuelva a cambiar —le contestó sin preocuparse de si le escuchaba o no.

Las almas se impacientaron, Yama se sentó en su trono, los demonios volvieron a lanzar los huesos.

El infierno tenía nuevo dueño. Y estaba de muy mal humor.

12.5.06

El hombre la pala - finalista premios Xatafi Cyberdark

Una buena noticia (llevo una semana horrible)

Mi relato "El hombre de la pala" (publicado en Paura 2)ha quedado finalista en los premios Xatafi-Cyberdark de la crítica, junto a relatos de Eximeno, Marc R. Soto, Juan Diaz Olmedo, Félix J.Palma y Lorenzo Luengo.

Estoy muy contento, la verdad. No esperaba estar ahí, siempre es un orgullo que valoren tu trabajo.

El premio se dará en la cena de la Asturcon, a la que ya pensaba ir. Ahora con más motivos.

Bienvenido al fandom, ¿quieres una magdalena?

En los últimos días varios blogs han decidido referenciarse y enlazar discusiones. A riesgo de caer en una consanguineidad peligrosa, como apunta Rudy, voy a dejar unos comentarios.

El Fandom y los tiempos pre-internet.

Si, señores y señoras. Hubo un tiempo sin la red de redes, una época mítica en la que el fandomita de pro era identificado por su actitud pro-activa (como la de los yogures, vaya) inmerso en fanzines, convenciones y actividades diversas. No eran sólo lectores acérrimos, escritores o editores principiantes. La idea, subyacente en muchos casos, era la de crear la idea de la cultura fantástica. El ser. La idea. Un concepto que en la sociedad española de hace veinte años estaba ausente casi por completo.

Y por raro que parezca, tuvieron éxito. Un éxito limitado, claro, pero éxito. Se creó la conciencia de clase del fandom. El mercado.

Y entonces…

El Fandom internetero

Entonces llegó internet. Y el fandom cambió, ya que de la participación física y personal de los fanzines y las convenciones, (y otro montón de cosas más) se pasó formar parte de fandom al participar en listas de correo, foros o, recientemente, escribir en un blog. Como consecuencia directa de todo esto, el fandom creció en número. Creció el mercado. Sin embargo, la movilidad y la actividad de ese nuevo fandom no aumentó en proporción. Si bien con las tertulias y los grupos locales se aprecia el movimiento, no deja de ser una extensión del viejo fandom, el personal, el de grupos humanos que se relacionan en persona.

El futuro de la relación intertertulias puede desarrollar un nuevo capítulo en el fandom, pero todavía está empezando.

Pero de lo que yo quería hablar es de la extraña concepción que el fandom tiene sobre sí mismo. La peculiaridad que se nos supone. El ghetto.

No se deja de hablar de amiguismo, corporativismo, y un montón de cosas. Pero me gustaría dejar claro que a nivel amateur, que es la base del fandom, donde las cosas se mueven por puro amor al arte, por afición, por hobbie, no se puede esperar que desaaparezcan comportamientos totalmente humanos, como el publicar de vez en cuando a un amigo o actos similares. Luego está loarlo como si fuera dios, que va más allá de la amistad para llegar a la idiotez, pero eso ya entra dentro del comportamiento personal de cada uno.

A lo que iba, en un mundo amateur no se puede esperar que la espada de la razón seccione cual crítica ardiente las publicaciones. Estamos, me incluyo, todos en el mismo saco.

Pero la cosa cambia cuando de lo amateur se pasa a lo profesional, porque, ay, amigos, el pecunio es el pecunio, el laburo, el bolsillo, y así me quede sin pan para mis hijos que en el fandom pro (el profandom) (siento lo de las etiquetas, los historiadores tendemos a etiquetarlo todo) los amiguismos se pueden contar en la misma proporción que en el resto del mundo.

Con todo esto quiero decir que en los mundos literarios de dios, ajenos al fandom, también hay amiguismos, compadreísmos, y un número ilimitado de ismos, puesto que el ser humano es así de flojo y hay poco que hacer. Y por mucho nombre que te hagas en el mundo del lowfandom (y ahora en bárbaro) si no llegas a la calidad necesaria, nunca pasarás a la profesionalización. Y puede que ese no sea tu objetivo, que con los masajes de ego en círculos cercanos ya tengas suficiente. O que con sólo escribir y compartir con los demás entiendas que cumples con lo que querías.

Por mí, perfecto. Cada uno tiene sus ambiciones y sus metas. Lo que realmente fastidia a veces es verse avasallado. Pero todos tenemos nuestro amor propio, qué se le va a hacer.

Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos.

Pd. He leído en varios blogs la frase de “es que los que vienen nuevos dicen que los viejos les frenamos” (o algo similar) ¿Alguien sabe de dónde ha salido? Porque me parece de lo más ignorante que he leído en los últimos tiempos.